Hasta que Palermo le arrebató el récord, fue el máximo artillero de la historia de Boca. Además, es el único sobreviviente de aquellos que jugaron la final del Mundial de 1930 en Uruguay. Una lesión lo retiró a los 29, pero la vida lo premió con un centenar de años.
Por DENIS ROSALES (denisr82@hotmail.com)
“Todos se acuerdan de mí. Quiere decir que algo bueno hice en mi carrera”. Vaya si algo habrá hecho con ese “cañoncito” que tenía en ambas piernas (le pegaba con las dos): 194 goles con la camiseta de Boca, campeón de tres torneos locales con la misma institución, subcampeón del mundo con la selección Argentina y ganador de la Copa América de 1937. Son algunos de los pergaminos de Francisco Varallo, durante muchos años el máximo artillero de la historia xeneize hasta que un tal Martín Palermo apareció para desterrarlo del trono. Un trono numérico, porque en la memoria de los que peinan canas siempre estará junto al Titán en lo más alto. Esta leyenda viviente hoy festeja 100 años, sentado en su casa de 60 y 25 de la ciudad de La Plata.
Los Hornos lo vio nacer un 5 de febrero de 1910 y 12 años más tarde el modesto club 12 de Octubre de la misma localidad fue su cuna dentro del fútbol. Gimnasia y Esgrima de La Plata asomó como la siguiente parada, debutando a la corta edad de 18 años en Primera División. “Me pagaban 10 pesos por partido, no era nada, todo amateur”, narraría después el propio Varallo. Cuenta la leyenda que el día que lo probaron, el Lobo ganó 9 a 1, con nueve goles de Panchito.
Con 20 años se dio el lujo de integrar el plantel argentino que disputó el primer Mundial, jugado en Uruguay en 1930. Argentina salió subcampeón al perder la final por 4 a 2 ante los locales (el primer tiempo terminó 2 a 1 para los albicelestes) y se generaron miles de suspicacias sobre ese encuentro, en el cuál hasta el día de hoy se asegura que en la segunda mitad hubo “miedo de ganar” por el lado argento. Como único sobreviviente de aquel trascendente hecho, Varallo es palabra autorizada para hablar (imposible desmentirlo). “Después algunos se enojan, pero en aquella final nos achicamos. Los uruguayos eran durísimos. Y los argentinos no guapeábamos como lo hacen los jugadores ahora. Yo era muy pibe y a Lorenzo Fernández le tiraba la pelota larga y me iba fácil, él era un tronco y después me decía: «A la vuelta te hundo en el pasto, botija». Si me agarraba me mataba” asegura Pancho, seguro y sin vergüenza de lo que está diciendo.
Aquel Mundial fue el último argumento que necesitaba la gente de Boca para contratarlo. Y lo hizo, desembolsando una cifra récord para época: 10 mil pesos de prima y 800 de sueldo. Lejos de parecerse en algo a los jugadores actuales, Varallo se compró su casa con ese primer dinero, la misma en donde hoy reside. Tampoco lo movilizaron demasiado los billetes, a pesar de que al principio pensó en irse a Europa. “Apenas pasé a Boca, llegó la gente de Genoa, de Italia, pero después se lo llevaron a Stábile. ¡Me daban 30.000 pesos y 3000 más por mes! ¡Una barbaridad! Yo vine entusiasmado, le dije a mi papá que me quería ir. Entonces mi madre se puso a llorar, se asustó. Y mi padre me gritó: «¿Qué querés? ¿Hacer morir a la vieja? ¡Andate a Boca y se acabó!» Otra vez, en 1937, también vinieron de Nápoles y me ofrecían cualquier plata. Después de eso, cuando tuve que arreglar con Boca, me dijeron: «¿Cuánto querés?» Y les pedí 20.000 pesos. Te imaginás, pedir tanta plata. Los dirigentes contaron todo por los altoparlantes de la cancha de Boca y los hinchas me querían matar. Igual después renunció la comisión y arreglé por 18.000 pesos”, rememora.
A partir de aquel debut ante Chacarita en un 0 a 0 que dejó poco, todo –salvo el final- fue gloria para “Cañoncito”. Salió campeón en 1931, 1934 y 1935 con Boca y convirtió 194 goles. Fue el máximo artillero de Sudamérica en la temporada 1933, con 34 tantos. Recibió la Orden del Mérito por parte de la FIFA en 1934 y se consagró campeón del Sudamericano (hoy Copa América) con la selección Argentina en 1937. Pero el lado oscuro existe en casi todas las historias y la de Varallo no fue la excepción. Una lesión de meniscos en la rodilla izquierda lo marginó de las canchas para siempre. Luchó durante varias temporadas con ese dolor, hasta que en el verano de 1940 anunció su retiro, a los 29 años. Su último encuentro lo disputó ante Ferro, un 2 de diciembre de 1939.
Fuera de la cancha, Pancho tuvo un socio ideal para la noche y el tango (su otra gran pasión): Roberto Cherro. Ambos fueron íntimos amigos de Carlos Gardel y cada vez que lo encontraban, el célebre cantante “les entonaba un tanguito”, según él mismo cuenta. El café La Meca fue testigo de innumerables tardes compartidas.
Paradójicamente, su nombre tomó aun más importancia cuando Martín Palermo se acercaba peligrosamente hacia su récord. En ésa época fue cuando muchos hinchas que dicen ser fanáticos conocieron la historia de este astro. El día inevitable llegó: 6 de marzo de 2008, el Titán lo alcanzó y luego lo superó. “Siento algo muy especial cada vez que Palermo convierte, me pone contento. Yo sabía que esto iba a pasar”, señala moviendo la cabeza el propio Pancho.
Después de haber sido declarado ciudadano ilustre en la ciudad de La Plata el 18 de diciembre de 2008, Varallo parece haber recibido todos los homenajes. Pero nunca serán suficientes. Pasó la barrera de lo común en el fútbol, y ahora superó la de los 100 años, algo que poco se da en la actualidad. La leyenda vive, literalmente, y hay que seguir aprovechando ese tiempo para idolatrar a uno de los mejores jugadores argentinos que arrojó la redonda en la historia.